Crisis Financiera
Un Mundo Balanceándose En El Borde Financiero
Un Informe De Investigación Realizado Por: Chris Tyree, Periodista, Email, y Scott Wallace, Periodista, Email
CAPÍTULO 1
EL IMPACTO DE UNA EMERGENCIA
La vida había sido buena para Pein Ton desde que se restableció la paz en su país natal, Camboya. Conoció a su esposo, Suon Than, en un campo de refugiados en Tailandia durante la guerra civil de Camboya y al finalizar el brutal reinado del Jmer Rojo, a principios de la década de 1990, la pareja regresó a la ciudad natal de Ton, Panya, una tranquila aldea de casas de paja y campos de arroz, en las afueras de la ciudad de Battambang. Con la ayuda de una agencia de asistencia internacional, compraron una pequeña casa y unos pocos acres de tierra. Cultivaron arroz y verduras, criaron a seis hijos y los enviaron a todos a la escuela.
Al igual que todos en Camboya, Ton y Than reconstruyeron sus vidas de a poco. Llegaron a la mediana edad con comodidad. No tenían ahorros que presumir, pero tampoco deudas. Habían renovado su casa y tenían algunos animales en la granja. Su sembradío de dos acres de arroz producía lo suficiente para generar un poco más de lo que necesitaban. Entonces, Ton tomó un riesgo. Con la esperanza de aumentar los ingresos familiares, vendió una vaca, compró un pequeño tractor y sembró arroz en cinco acres adicionales que alquilaba a los vecinos. Parecía ser una buena inversión. Pero no lo fue; la sequía atacó justo antes de la siguiente cosecha. Los cultivos se marchitaron y la producción se desplomó. Luchando por sobrevivir, la pareja decidió que Than seguiría a sus hijos a Tailandia, donde muchos camboyanos van en busca de empleos mejor pagados, para enviar dinero a casa a Ton.
Aunque las cosas no iban del todo bien, la situación era aún manejable, si se compara con lo que vino después. Mientras estaba en Tailandia, Than comenzó a sentirse débil y enfermo. Apenas podía hablar. Finalmente, le diagnosticaron diabetes. Sus hijos, incapaces de pagar por el tratamiento de su padre arreglaron su regreso a Panya. Y para pagar las facturas médicas de Than, Ton comenzó a pedir pequeñas cantidades de dinero a un prestamista local. Pero, no fue suficiente.
“Decidí vender todo lo que tenía para poder cuidar de mi esposo”, dice Ton, de 54 años, mientras se sienta con Than en su cocina al aire libre. “La vida es más importante que las cosas materiales. Uno puede comprar todo menos la vida”. Primero, vendió el tractor. Luego, su motocicleta. Finalmente, tuvo que vender sus tierras de cultivo. “No éramos pobres. Teníamos más que suficiente para comer. Desde que él se enfermó, nos estamos volviendo cada vez más pobres”. Mientras Ton revela que ahora ella debe 4.000 dólares a una empresa microfinanciera, su esposo se da vuelta y comienza a llorar.
CAPÍTULO 2
VIVIENDO EN EL BORDE FINANCIERO
Cada día en todo el mundo, personas como Ton y Than sufren de emergencias imprevistas. La mayoría de nosotros estamos permanentemente al borde de un precipicio financiero y cualquier acontecimiento, o una serie de eventos simultáneos, nos pueden empujar al otro lado. Para manejar emergencias financieras, muchos terminan en un remolino de deudas. Sucede tanto en naciones ricas e industriales, como en economías en desarrollo. Estos casos de crisis financiera se desencadenan a menudo por una emergencia médica o un problema de salud crónico, como la diabetes de Than. Si a esto le agregamos mal tiempo, una mala decisión o las necesidades económicas de un familiar, nuestra vida financiera, y emocional, puede volverse rápidamente un desastre. Incluso para quienes tienen seguro de salud, los altos deducibles y gastos adicionales pueden ser demasiado si no han conseguido ahorrar lo suficiente. Y a veces, para sobrellavar una crisis, se necesita una gran cantidad de dinero ahorrado.
El equipo de Orb decidió dar una mirada profunda a cómo las personas alrededor del mundo manejan una crisis financiera. Cuando tenemos una emergencia financiera inesperada, ¿somos capaces de recaudar el dinero necesario para salir adelante?, y si es así, ¿cómo lo hacemos? Nuestra exploración reveló información de gran alcance sobre nuestra salud fiscal en general, como individuos y como sociedades. Y también sobre las implicaciones de los esfuerzos para ampliar los servicios financieros formales a todos los adultos del planeta.
El Banco Mundial y otras instituciones internacionales afirman que, en gran parte, nuestro bienestar económico global e individual depende de algo llamado “inclusión financiera”, o el acceso a servicios financieros regulados, tales como cuentas bancarias, dinero móvil y tarjetas de crédito.
En 2011, el Banco Mundial encargó una encuesta global sobre inclusión financiera y examinó cómo las personas ahorran en todo el mundo, cómo piden dinero en préstamo, cómo realizan pagos y cómo manejan riesgos financieros. En 2014, con los resultados de más de 150.000 adultos encuestados en 143 países, la institución compiló un estudio actualizado, que se convirtió en la base de datos de Inclusión Financiera Global o Global Findex. Esta es la encuesta de su tipo más completa que se ha realizado hasta ahora y, en 2015, sus conclusiones fueron la base para el lanzamiento de una iniciativa mundial, el Acceso Financiero Universal 2020 o UFA2020 (por sus siglas en inglés). Este programa pretende incrementar la inclusión financiera a los dos mil millones de personas que todavía no tienen una “cuenta de transacciones” formal, es decir, una que les permita guardar dinero de manera segura, enviar y recibir pagos.
A medida que revisamos cuidadosamente el complejo conjunto de datos generados por el Banco Mundial, decidimos enfocarnos en la capacidad que tiene un individuo para obtener dinero durante una crisis y de dónde este dinero provendría, dos preguntas realizadas en la encuesta Global Findex.
Orb realiza análisis propio de datos como parte de un proceso de cobertura informativa único. Seleccionando cuatro criterios —nivel de educación, nivel de ingreso, género y participación en estructuras financieras formales— construimos un modelo para predecir el porcentaje de la población de un país que debería ser capaz de conseguir fondos en caso de emergencia. Fue entonces que comparamos estos números con las respuestas reales en la encuesta Global Findex. Los resultados mostraron una dirección interesante y una oportunidad única para evaluar si la inclusión financiera está cumpliendo con su promesa, especialmente con los que más lo necesitan.
Basado en lo que aprendimos del análisis de datos, seleccionamos cuatro países —Brasil, Camboya, Mianmar y los Estados Unidos— para cubrir en terreno. Estos cuatro países tienen economías muy diferentes pero todos albergan un gran número de ciudadanos estresados financieramente, dentro y fuera del sistema financiero formal.
En Camboya y Mianmar, países donde la minoría de sus habitantes tienen una educación formal o una cuenta financiera, un alto número de encuestados por Global Findex dijo que podían conseguir dinero en caso de emergencia. Por el contrario, la mayoría de las personas en Brasil, donde el 68 por ciento de la población está financieramente incluida, reportaron no ser capaces de conseguir dinero en caso de emergencia. Quisimos averiguar qué factores, más allá del alcance de los datos del Global Findex, podrían explicar estas discrepancias.
CAPÍTULO 3
UN CAMINO PARA SALIR DE LA POBREZA
Economistas del Banco Mundial y otras instituciones mundiales, como el Fondo Monetario Internacional, dicen que las personas que participan en el sistema financiero formal tienen mayor capacidad para realizar todo tipo de cosas para mejorar su calidad de vida, desde iniciar y ampliar un negocio, invertir en educación, o responder a una crisis financiera. Contar con ahorros en una cuenta bancaria, según los expertos, es un indicador especialmente robusto de la resistencia y capacidad de una familia para sobrellevar una crisis.
Incluso familias de bajos ingresos pueden ahorrar dinero y deberían asegurarse de hacerlo, dice Paul Luchtenburg, un especialista en finanzas inclusivas basado en Yangón, Mianmar para el Fondo de Desarrollo de Capital de las Naciones Unidas (FNUDC, por sus siglas en inglés). Luchtenburg cita el caso de un grupo de mujeres de la India, que recibían arroz a cambio de su trabajo y que comenzaron a guardar una pequeña cantidad antes de cada comida. Eventualmente, explica, fueron capaces de vender ese arroz, convirtiendo su grano guardado en dinero real.
“Si esas mujeres a quienes se les pagaba con arroz pueden ahorrar, cualquier persona lo puede hacer. Es cuestión de vivir por debajo de tus posibilidades y es una parte clave para manejar algún tipo de emergencia. Si hay un problema, tener algunos ahorros te da una ventaja”.
Y agrega: “Ahorrar dinero es una parte clave en la creación de riqueza. Ayudar a las personas a entender la importancia del ahorro y de tener un lugar seguro para guardar su dinero, realmente los ayuda a ser capaces de construir algo de riqueza y a salir de la pobreza”.
Las opiniones de Luchtenburg hacen eco a las del Banco Mundial, cuyos economistas piensan que para acabar con la pobreza extrema, es vital traer al redil a quienes están financieramente excluidos. En 2015, el Banco Mundial puso en marcha la iniciativa UFA2020 junto con catorce socios del sector público y privado. Su objetivo general es conseguir que todos los adultos del mundo obtengan una cuenta de transacciones para el 2020. Tener una cuenta de este tipo, ya sea una cuenta bancaria tradicional o una cuenta de dinero móvil vinculada a un teléfono celular, es, según los expertos, una “cimiento básico ” para gestionar y mejorar la vida financiera de una persona. Los esfuerzos se centran en 25 países específicos, donde viven casi tres cuartas partes de los ciudadanos “sin servicios bancarios” del mundo, como a menudo se les refiere por los expertos en desarrollo, sobre todo en el sur y el este de Asia y en África subsahariana.
El Banco Mundial sostiene que la inclusión financiera no sólo ayudará a aliviar la pobreza, sino que también fomentará una mayor igualdad económica, dos objetivos que podrían contribuir significativamente a la estabilidad social y financiera general en una escala global. Después de todo, una población a la cual se le cumplen sus necesidades económicas tiende a estar más satisfecha y a participar más ampliamente en la sociedad, en comparación con una que está luchando financieramente.
“La inclusión financiera es cada vez más reconocida por la investigación y por buena y sólida evidencia como facilitadora de la reducción de la pobreza y de la igualdad de crecimiento, de prosperidad compartida”, dice Douglas Pearce, quien supervisa los esfuerzos de inclusión financiera en el Banco Mundial. “Facilita a las personas y a las empresas a aprovechar de oportunidades para mejorar ingresos, manejar riesgos, acceder a servicios y mejorar resultados de salud”.
Más de 50 países se han comprometido formalmente a cumplir con objetivos de la inclusión financiera. Cabe recalcar, que los funcionarios del Banco Mundial reconocen que aquellas personas que se quedan fuera del sistema financiero formal también representan un “mercado sin explotar”. En otras palabras, los gobiernos, instituciones financieras, compañías y fundaciones que se han unido a la iniciativa UFA2020 además de tener objetivos sociales positivos, también ven el potencial de hacer ganancias y aumentar impuestos a los ingresos.
Los críticos argumentan que los beneficios de la inclusión financiera son exagerados y que no debiera ser visto como la panacea para curar los males económicos del mundo. Hacen referencia, por ejemplo, a mejorar el acceso a líneas formales de crédito, uno de los pilares de la inclusión financiera. Si no está acompañado de controles a las tasas de interés y de educación financiera para los consumidores, el acceso fácil al crédito puede llegar a enterrar familias, incluso comunidades enteras, en una aplastante carga de deudas. “La inclusión financiera es grandiosa, pero dentro de un ambiente controlado”, escribe Hugh Sinclair, director operativo de la Alianza Microfinanciera con sede en Noruega, una empresa sin fines de lucro que brinda crédito a poblaciones de bajos ingresos enfatizando el desarrollo comunitario y la protección al consumidor.
Otros advierten que poner un énfasis en extender los servicios financieros a las personas pobres podría alentar a los gobiernos a cambiar su enfoque dejando programas de desarrollo más básicos, como la educación pública y la atención médica asequible.
UFA2020 y proyectos similares que “incluyen” a los ciudadanos en sistemas financieros formales, se centran en gran medida en torno a esfuerzos para alentar a personas a ahorrar dinero de forma segura (es decir, en una cuenta de algún tipo). Se cree que contar con tales ahorros mejorará la capacidad general de recuperación financiera de un individuo. Sin embargo, en realidad sólo el 22 por ciento de la población mundial está ahorrando, con o sin una cuenta. Con la expansión del acceso al crédito que viene con la inclusión financiera, muchos de los recién integrados podrían terminar atrapados de por vida en enormes deudas, si esos esfuerzos no son acompañados por un fuerte énfasis en modificar su comportamiento y ahorrar dinero.
CAPÍTULO 4
CONSIGUIENDO EL DINERO. ¿CÓMO? ¿DÓNDE?
En la encuesta Global Findex del año 2014 había varias preguntas sobre si los encuestados utilizaban servicios financieros formales tales como bancos tradicionales, compañías microfinancieras, dinero electrónico o tarjetas de crédito. También se les preguntó si, ante una emergencia financiera, serían capaces de conseguir una cierta cantidad de dinero dentro de 30 días. Esta cantidad fue distinta de un país a otro, pero en todos representó un veinteavo (1/20) del ingreso nacional bruto per cápita, o ING, en moneda local. (En los Estados Unidos, por ejemplo, se les preguntó a las personas si podrían conseguir 2.600 dólares en 30 días). Aquellos encuestados podían responder con una de cuatro opciones: muy posible, relativamente posible, no muy posible o imposible. También podían responder “no sé” o negarse a responder. A nivel mundial, sólo el 31 por ciento dijo que sería muy posible conseguir esa suma ajustada a nivel nacional dentro de 30 días. Las personas que pueden conseguir ese dinero tienen una variedad de maneras de hacerlo, dependiendo de a quién conozcan, su circunstancia económica en particular y del lugar en el que viven.
Tomemos el ejemplo de Mianmar. El país de Mianmar, antes llamado Birmania, tiene uno de los niveles más bajos de inclusión financiera de todo el mundo. Este país se sitúa en el tercio inferior del Producto Interno Bruto (o PIB, la medida ampliamente utilizada para calcular la vitalidad económica) de las naciones del mundo, con casi el 80 por ciento de la población viviendo en áreas remotas y rurales más allá del alcance de instituciones financieras tradicionales. El país está recién emergiendo de medio siglo de aislamiento internacional, dictadura militar y más de una docena de insurgencias étnicas.
Gran parte de la actividad económica del país se lleva a cabo por fuera de las estructuras formales. Los agricultores, jornaleros, comerciantes y vendedores ambulantes, todos dependen primordialmente de dinero en efectivo o trueque para hacer transacciones en sus negocios. Menos del 23 por ciento de los 54 millones de habitantes del país, tienen cuentas financieras formales. Paul Luchtenburg, de UNCDF, dice que esta economía informal o “gris”, en Mianmar, compite en tamaño con todo el sector bancario del país.
A pesar de la baja tasa de acceso a cuentas financieras formales, el 90 por ciento de los encuestados por Global Findex en Mianmar dijo que sería capaz de conseguir dinero en caso de emergencia, casi 40 puntos porcentuales por encima de lo predicho por el modelo analítico desarrollado por Orb y aplicado a los datos del Global Findex.
CAPÍTULO 5
DONDE LA CONFIANZA ES LA ÚNICA GARANTÍA
¿Qué podría explicar esta enorme discrepancia en un país como Mianmar? Para empezar, en sociedades agrarias tradicionales, con redes sociales fuertemente vinculadas, es más fácil para alguien con problemas pedir prestado a amigos o familiares. A nivel mundial, el primer lugar donde buscamos ayuda financiera es con los más cercanos. Del 31 por ciento de los encuestados por Global Findex que dijeron podían acceder a fondos de emergencia con relativa facilidad, el 38 por ciento dijo que su fuente principal para hacerlo serían amigos o familiares.
Más allá de eso, descubrimos la existencia de una vasta red de prestamistas informales y casas de empeño que han emergido en todo el país por la ausencia de servicios financieros formales. Resulta que estos prestamistas ofrecen el método más fácil y rápido para obtener dinero en efectivo cuando alguien en Mianmar lo necesita. Los prestamistas informales son bien conocidos en sus comunidades y ellos también conocen a sus clientes muy bien. En tales circunstancias, la confianza y las relaciones personales son a menudo la única garantía.
“Tu conoces a las personas que te rodean”, dice Aye Win San, de 36 años, una prestamista informal de Kyan Sit Thar, una aldea de ocupantes desalojados ubicada en medio de pantanos al oeste de Yangón, ciudad antiguamente conocida como Rangún. “Si alguien no paga una deuda con facilidad, la próxima vez no voy a prestarles, sin importar lo que pase”.
Aye Win San, una mujer de cara redonda y sonrisa fácil, nos habla desde su restaurante al aire libre, que tiene sólo una mesa, y está situado a lo largo de un carril de tierra que divide en dos el pantano circundante. Las mujeres y los niños que viven alrededor de la vía se reúnen bajo un techo bajo para escuchar. Aye Win San dice que se metió en el negocio de préstamos en 2008, después de que su hija tuvo dengue, una enfermedad transmitida por mosquitos, y tuvo que pedir dinero prestado para pagar las cuentas médicas. Tardó siete meses para pagar el préstamo, pagando los intereses primero. Pero ella dice que la experiencia resultó muy valiosa.
“Aprendí de esa experiencia”, dice. “Y soy una buena gerente”. Así empezó a ofrecer pequeños préstamos a otras mujeres en la aldea, por lo general, de entre 20 a 80 dólares. Por el momento, ella tiene 15 préstamos pendientes, lo que representa cerca de 1.000 dólares. Aye Win San no es sólo prestamista, sino que también prestataria. Ella obtiene préstamos de una “persona rica” a un 20 por ciento de interés mensual y presta el mismo dinero a sus vecinos cobrando un 30 por ciento de interés mensual. Esa tasa puede parecer alta, pero los préstamos suelen ser pagados a tiempo; además, esta tasa de interés concuerda con lo que otros prestamistas informales cobran en Mianmar. Aye Win San dice que todo está hecho sin contratos formales, por lo tanto ella no tiene ninguna garantía de que sus clientes le pagarán.
“Las personas me piden dinero prestado porque lo necesitan”, dice. “Si presto 20.000 kyats (alrededor de 17 dólares), voy a ganar algo de interés. Por lo que esto es bueno para mi familia y es bueno para ellos. Les presto dinero con esta idea en mente. Les presto con confianza”.
Aye Win San dice que la mayoría de sus prestatarios son mujeres locales con niños enfermos que necesitan atención médica urgente, o mujeres que necesitan cubrir sus necesidades básicas hasta que sus esposos reciban pago al final del mes. Aunque su esposo también trabaja durante el día en un almacén en el río Yangón, la situación de Aye Win San es apenas mejor que la de las personas a las que les presta dinero. Al igual que ellos, ella está ocupando un terreno que no es legalmente suyo. Tiene tres hijas en edad escolar y no tiene ahorros ni cuenta bancaria.
“Si tuviera dinero adicional, lo pondría en una cuenta bancaria”, dice. “Pero me gasto todo el dinero que gano cada día. Tengo que vender cosas para alimentar a mis tres hijas. Si tuviera dinero adicional, no haría este trabajo. Es muy agotador”.
El restaurante de Aye Win San y su casa con techo de hojas de palma al otro lado de la carretera, siguen siendo vulnerables a ser demolidos por jóvenes contratados por terratenientes para desalojar a ocupantes ilegales. Ellos derribaron su última casa hace sólo tres meses y podrían volver en cualquier momento. Aye Win San ha tenido que reconstruir su casa cuatro veces en la última década, incluyendo la vez en 2008 cuando la aldea entera fue arrastrada por el ciclón Nargis, que causó un oleaje masivo en el río Irawadi y mató a 140.000 personas.
Con el fin de “balancear” y servir a grandes mercados de manera eficiente, las instituciones financieras formales se han vuelto menos personales y, a menudo, menos conectadas a las comunidades que sirven. Muchas veces, estas instituciones están más enfocadas en la expansión del negocio y en los intereses de los accionistas (es decir, en las ganancias). Pero estas organizaciones, basadas en el espíritu individualista de una cultura occidental de ritmo rápido, harían bien en seguir el ejemplo del enfoque orientado a la comunidad que sigue siendo común en países como Mianmar y Camboya. La conexión personal entre los prestamistas informales y sus clientes no sólo puede facilitar un préstamo rápido en caso de emergencia, sino que también puede ayudar a los prestamistas a reconocer cuando un posible cliente podría estar pidiendo demasiado dinero, lo que finalmente podría llevarle a la ruina financiera.
“Conozco a la mayoría de personas en mi aldea”, dice Srey Pouv, de 37 años, una micro-prestamista local que vive en Siem Reap en el centro de Camboya. Ella es originaria de Panya, la misma comunidad donde Pien Ton y su esposo enfermo viven. Casi la totalidad de sus clientes viven en la misma aldea y a los que no conocer personalmente, los conoce por su reputación. Ella se niega a prestarle a personas que toman riesgos que podrían desperdiciar un préstamo en artículos no esenciales. “Las personas buenas vienen a mí y las personas que no son buenas no lo hacen. Esas personas acudirán a alguien que les preste por más y a partir de eso irán en descenso”.
Pouv les pide a sus clientes, incluso a quienes saben leer y escribir, que firmen sus contratos de préstamos con una huella digital. El contrato no tiene ninguna implicación legal, pero dejar una huella digital refuerza el sentido del deber para pagar el préstamo, dice ella. “Yo le presto a ellos porque los conozco. No estoy preocupada de que no me van a pagar”. Veinte de sus prestatarios han depositado sus títulos de propiedad en sus manos, pero ella se niega a confiscar terrenos o casas cuando sus clientes no pueden pagar. Prefiere comprarles sus terrenos, lo cual ha hecho dos veces, o simplemente esperar a que le paguen.
A diferencia de Aye Win San en Mianmar, Pouv se cuenta a sí misma entre las personas financieramente incluidas. Tiene una cuenta bancaria en la que guarda las modestas ganancias de su negocio de préstamos, alrededor de 400 o 500 dólares al mes. Pouv también es una excepción en otras cosas. Dice que los prestamistas más rapaces, incluyendo empresas microfinancieras extranjeras, prestan dinero deliberadamente a los agricultores ya cargados de deuda, sabiendo que se verán obligados a renunciar a sus terrenos para saldar sus deudas y terminar uniéndose a las legiones de campesinos desplazados que migran a Tailandia en busca de trabajo.
Hom Han, de 37 años, es un agricultor de la provincia de Kompang Chhang, localizada 40 millas al noroeste de Nom Pen. Es guapo, de mediana estatura y su encantadora sonrisa no revela nada de la angustia de un hombre en su situación. Una sequía prolongada ha atrofiado sus cultivos. Los pozos en las llanuras circundantes se han secado y el jugo de azúcar de palma que recoge para ayudar a cubrir sus gastos, también se está secando. Su esposa trabaja siete días a la semana en una fábrica de ropa mientras él se ocupa de sus seis hijos, incluyendo a Han Srey Vin, de siete años, cuyos pies fueron deformados por la polio al nacer.
En una ardiente mañana de verano, Han consuela a Vin mientras ella se extiende en el catre de una clínica al aire libre, con un goteo intravenoso en el brazo. Vin ha estado con náuseas desde la madrugada; cuando varias horas de tratamiento de un curandero tradicional sólo parecían ponerla peor, Han la trajo aquí. No sabe cuanto va a costar su tratamiento y no está seguro de dónde va a sacar el dinero para pagarlo. Puede que tenga suficiente arroz para cubrir el costo, pero apenas.
“Cuando tengo un problema, tengo que pedirle prestado a otras personas y luego pedirle prestado a la institución microfinanciera para poder pagarles. Después de haber tomado préstamos por un tiempo, tenemos que tratar de trabajar duro para pagarlos”.
A los proponentes de la inclusión financiera les gustaría ver a personas honestas y trabajadoras como Han pedirle prestado a un prestamista establecido, a tasas de interés más razonables que la tasa mensual del 30 por ciento típica de los prestamistas informales de aquí. A ellos les gustaría que él tuviera una cuenta bancaria y ahorrara dinero, y que de esa manera no tuviera que pedir prestado cada vez que uno de sus hijos necesite atención médica.
Pero para Han, las barreras a la inclusión financiera parecen casi insuperables. Nunca fue a la escuela y no sabe leer ni escribir. Actualmente le debe 1.000 dólares a familiares y otros 200 a una empresa microfinanciera. “No tengo una cuenta bancaria”, dice. “Porque soy una persona sin educación. No sé cómo lidiar con un banco”.
CAPÍTULO 6
DESNUDANDO A UN SANTO PARA VESTIR A OTRO
Luchtenburg, del UNCDF, reconoce que los prestamistas informales como Aye Win y San Srey Pouv están realizando un servicio valioso en sus comunidades. Tratar de obtener un préstamo formal de un banco, o incluso de un prestamista más ágil como una compañía microfinanciera, puede ser un proceso intimidante e imposible para alguien con poca, o ninguna, educación o empleo formal. Y el proceso a menudo implica un laberinto de papeles y visitas de oficiales de crédito, que podrían prolongarse durante semanas, haciendo el proceso logísticamente difícil y a menudo, simplemente, demasiado lento.
Pero para Luchtenburg, esa velocidad es la única ventaja de los préstamos informales. Él teme que un número creciente de familias se están quedando atrapadas en un sin fin de deudas, pidiendo dinero a tasas de interés astronómicas e intercambiando dinero entre un prestamista y otro, sin llegar a pagar nunca el préstamo original.
“No tenemos ninguna información exacta sobre eso, pero creo que sucede más y más a menudo por debajo de la superficie”, dice. “Si ves lo que está pasando por debajo, da un poco de miedo. Las personas están desnudando a un santo para vestir a otro”.
Tomemos el ejemplo de Moeung Susadey, de 55 años, una vendedora de flores que vive con su esposo y tres hijos en la provincia de Kandal, en las afueras de Nom Pen, Camboya. Susadey se rompió el tobillo en 2015 cuando un coche la empujó fuera de su motocicleta y huyó a toda velocidad. “Había personas que estaban tratando de llevarme al hospital”, recuerda, sentada encima de una mesa en la planta baja de su casa, con muletas a su alcance. “Pero no podía costearlo”.
Dos meses de remedios tradicionales no le sirvieron para nada. Finalmente, Susadey vendió una vaca para pagar 700 dólares por una operación en el hospital. Pero su hueso no se ha fusionado correctamente y ella no ha sido capaz de encontrar suficiente dinero para seguir el tratamiento. Con su esposo también incapacitado por un accidente de trabajo, se encuentra atrapada en una deuda giratoria, tomando prestado de una compañía microfinanciera para pagar intereses de otro préstamo. En total, le debe dinero a seis empresas diferentes. Con cada solicitud de préstamo que ha presentado, los prestamistas exigen certificados de propiedad como garantía. “No sé de dónde voy a sacar el dinero”, dice ella. “Ahora, ya no puedo pedirle dinero prestado a nadie”.
Sin medidas obligatorias de protección al cliente, prestatarios como Susadey, en Camboya, están a menudo a merced de prestamistas inescrupulosos y empresas microfinancieras. Los acreedores saben dónde está su casa, dice ella, que sufre cada fin del mes, cuando las facturas vencen. Ella teme que eventualmente van a obligarla a vender la casa, para cumplir con sus obligaciones.
Luchtenburg espera que las recientes aperturas políticas y económicas en la vecina Mianmar favorezcan a los consumidores. A medida que las instituciones formales de crédito penetren más profundamente el mercado, las tasas de interés bajarán y elevarán los niveles de vida. Esa es la idea, de todos modos. “Sus tasas de interés son demasiado altas”, dice, refiriéndose a los prestamistas informales. “Así que nuestro trabajo, en cierto modo, es ponerlos fuera del negocio o hacer que cobren menos”.
CAPÍTULO 7
LA “ECONOMÍA GRIS”
A nivel mundial, la economía informal representa un enorme desafío para la agenda de inclusión financiera. No sólo porque la mayoría de las transacciones son por debajo de la mesa, donde los gobiernos son incapaces de monitorear y cobrar impuestos, sino que también porque cuando quienes trabajan en la economía informal buscan servicios de un banco u otra institución financiera formal, a menudo son rechazados por no tener prueba del empleo.
Tal fue el caso de Zilda Gomes, de 46 años, una madre soltera que intenta salir adelante reciclando botellas y aparatos desechados en una favela, o barrio marginal, en la ciudad de Vila Velha, en la costa atlántica de Brasil. Zilda trata de compatibilizar el trabajo y las responsabilidades familiares, pero se le hace cuesta arriba porque su padre está gravemente enfermo y su hermano está convaleciente de una herida de bala. Zilda obtuvo una tarjeta de crédito para comprar suministros médicos para su hermano, sin darse cuenta de los altos intereses que típicamente se cobran en Brasil. En cuestión de meses, su deuda creció diez veces. Entonces fue a un banco para solicitar un préstamo para pagar la deuda.
“Me preguntaron dónde trabajaba:, dice. “Me dijeron que el reciclaje no era un trabajo de verdad. Por lo tanto, dijeron que no. Me sentí muy incómoda porque los seres humanos son tratados peor que animales. Cuando tienes dinero, tienes todo. Cuando no, tu eres peor que un perro. Estaba tan avergonzada”.
Los bancos “informales”, que no están regulados por el estado o el Banco Central de Brasil, han surgido para satisfacer una necesidad y servir a las comunidades en las que están basados. Hoy en día existen 150 de estos “bancos comunales” en Brasil. Con el tiempo, Zilda encontró ayuda en uno de ellos, el Banco Verde Vida, fundado en 2008 en respuesta a las necesidades de los residentes de Vila Velha. El banco creó una moneda local que circula dentro de la comunidad y proporciona un medio de cambio de bienes reciclados, los cuales el banco a su vez vende a compradores exteriores. La moneda se puede canjear en un “supermercado de solidaridad” por alimentos y otros artículos de primera necesidad. Zilda al menos tiene suficiente para que ella y su familia salgan adelante. Pero ella no sabe lo que haría si llegara a experimentar otra crisis financiera.
El 69 por ciento de los encuestados en Global Findex dijo que sería “algo posible”, “no muy posible” o “imposible” encontrar la cantidad necesaria de dinero para responder a una emergencia dentro de 30 días. Pero en Brasil, Zilda Gomes cuenta entre un enorme 86 por ciento que respondió que sería “algo posible”, “no muy posible” o “imposible” conseguir esos fondos, a pesar del hecho de que el 69 por ciento de la población adulta del país tiene acceso a servicios financieros formales. Tales números parecen poner en duda si los indicadores estándares de la inclusión financiera (el acceso a cuentas bancarias, sistemas de pago electrónico y líneas de crédito) en sí mismos, conducen a una mayor prosperidad y/o capacidad de recuperación financiera.
CAPÍTULO 8
ATRAPADO EN EL VICIO DE LA DEUDA DE BRASIL
No son sólo los brasileños pobres los que dicen que tendrían dificultades para responder a una crisis financiera. Ese 86 por ciento de brasileños que dijo no poder llegar a recaudar los fondos incluye a individuos con altos niveles de educación en grupos de ingresos medios e incluso superiores. El país experimentó un renacimiento global del consumidor en la primera década del nuevo milenio, causado en gran medida por una economía en auge debido a las exportaciones de materias primas y a una rápida expansión de la disponibilidad de crédito.
Brasil se convirtió en un favorito de los economistas y expertos en desarrollo y, con varios otros países (Rusia, India, China y Sudáfrica) se convirtió en un miembro de los “BRICS”, o potencias económicas emergentes. Pero el celebrado aumento de una nueva clase media en Brasil fue financiado en parte por esas líneas de crédito, con tasas de interés variable, que hoy pueden alcanzar hasta un 400 por ciento anual.
“A través de crédito, el gobierno actual fomentó la creación de una clase media, o más bien una nueva clase media, la cual fue capaz de comprar bienes y servicios que antes no podían costear”, dice Carlos Eduardo Batalha Tardin, asesor jefe de gobierno corporativo del gobierno municipal de Río de Janeiro. “Hoy en día, el consumidor promedio no puede encontrar una solución para su deuda sin recurrir a nuevos préstamos. A esto le llamamos el ‘ciclo de la deuda’”.
Brasil está experimentando su peor recesión económica en casi un siglo. Los precios de materias primas se han desplomado; la inflación se ha disparado. Con su país atrapado en una crisis económica y política profunda, muchos brasileños que habían visto sus fortunas crecer durante los años de bonanza, se enfrentan hoy a despidos y a la sombría perspectiva de perder no sólo sus bienes de consumo de alto precio, sino que incluso sus hogares.
Oswaldo Gonçalves es un ingeniero eléctrico casado y con una hija en edad escolar de la ciudad portuaria de Vitória. En muchos aspectos, Oswaldo ejemplifica el tipo de consumidor educado que la agenda de inclusión financiera necesita, si es que va a funcionar. Después de perder su trabajo hace 10 años, aprendió de mala manera el costo de pedir dinero y pasó años intentando salir a flote de las deudas. Cortó sus tarjetas de crédito, se convirtió en un comprador consciente y comenzó a buscar ofertas. Cansado de gastar dinero en alquiler sin acumular valor, firmó una hipoteca de 15 años para un condominio en el año 2013.
Sin embargo, dos años más tarde, Oswaldo perdió una vez más su empleo en una plataforma marina para la petrolera estatal, Petrobras. La compañía ha estado en el medio de un escándalo de corrupción y soborno que ha sacudido fuertemente la confianza del público en las instituciones de Brasil. A menos de que recurra a préstamos con intereses altos para compensar la falta de dinero, lo más probable es que se vea obligado a vender su hogar.
“El dinero se está acabando y mi esposa y yo estamos viendo lo que podemos hacer para sobrevivir”, dice. “Tenemos que comer y tenemos que pagar la escuela de mi hija. Estamos pensando lo que podemos hacer antes de quedar atrapados en el mundo de las tasas de interés altísimas”.
A pesar de que los salarios han caído a menos del 30 por ciento de lo que ganaba antes de ser despedido, Oswaldo no ha podido encontrar un nuevo trabajo.Y teme que si él y su esposa venden su apartamento, podrían terminar sin un lugar donde vivir.
“Ni siquiera sé cómo podría alquilar”, dice. “Es complicado porque nadie quiere alquilarle a personas sin empleo”.
CAPÍTULO 9
EL DAÑO EMOCIONAL
Es un hecho que las crisis financieras vienen en distintas formas y tamaños. Incluso en países industriales y desarrollados, trabajadores calificados con empleos bien remunerados pueden encontrarse de cabeza al tener que enfrentar gastos imprevistos. Y cuando esto sucede, el daño no es solamente financiero, sino también psicológico.
En todo sentido, Karen Oliver, de 60 años, es un modelo de responsabilidad fiscal. Ha mantenido un trabajo muy bien pagado, como entrenadora de un programa civil para el Departamento de Defensa de EE.UU. durante más de 30 años. Es soltera, sin hijos, no tiene deudas y es propietaria de su casa en el opulento vecindario de West Arlington, Virginia. Su casa ha duplicando su valor desde que la compró en 1999. Karen ha estado ahorrando para su jubilación en una cuenta 401K, que le permite hacer contribuciones de impuestos diferidos cada dos semanas, que son igualadas por su empleador.
Pero en los últimos años, Karen se ha visto obligada a vivir sin los placeres simples que una vez dio por sentado. No más paradas a Starbucks por las mañanas. No más televisión por cable. Comenzó a vender sus aparatos de cocina y los muebles de su sala por Internet. ¿Por qué? Porque tuvo que ayudar a familiares con problemas financieros, incluyendo a su anciana madre, quien se enfrentó a una avalancha de gastos después de que sufrió un derrame cerebral hace tres años.
“He estado vendiendo cosas desde 2013, cuando mi madre se enfermó y mi hermano también tenía algunos problemas”, dice Karen, dejando escapar un suspiro y mirando alrededor de su sala de estar medio vacía. De hecho, esa habitación está a punto de quedarse aún más vacía. Una pareja de jóvenes llegará pronto a recoger el sofá donde Karen está sentada. Los 200 dólares que obtendrá por el sofá terminarán en un cheque que enviará a su madre en El Paso, Texas, para ayudar a cubrir sus facturas médicas antes de su vencimiento a fin de mes.
Por suerte para Karen, su cuenta de 401K sigue intacta. Pero sus ahorros personales han sido aniquilados, junto con su tranquilidad. En algún momento en los próximos años, si no antes, Karen va a vender su casa para regresar a Texas y cuidar a su madre. El cuidado diario que su madre requiere es simplemente demasiado caro y complicado para que Karen lo pueda manejar desde lejos.
“Es muy deprimente”, dice ella. La incertidumbre la atormenta, “tu piensas, ‘¿dónde está yendo mi vida? ¿durará un año? ¿durará dos años? ¿durará los próximos cinco años?’ Es decir, esto no es lo que había planeado. No había planeado regresar a El Paso, Texas, y moverme a su casa para cuidar de ella, porque ella realmente tiene que tener a alguien allí”.
Karen está, sin dudas, en una mejor posición para manejar la crisis financiera que la mayoría de las personas. Pero eso no la ha librado de las complicadas emociones que acompañan a decisiones difíciles involucradas en el cuidado de un padre anciano. Si en dado caso Karen se enfrenta a una emergencia imprevista, ella tendría que tomar dinero de su cuenta de jubilación para pagar por ella. Es una situación que le preocupa a asesores financieros que han visto a clientes fiscalmente responsables, enceguecerse financieramente cuando tratan de intervenir para ayudar a un familiar en necesidad.
“Debido a la naturaleza de la crisis y al estrés que viene con ella, puede que no estén en un lugar donde puedan pensar con claridad acerca de su propia situación y en las soluciones que podrían estar disponibles”, dice Bruce McClary de la Fundación Nacional de Consejería de Crédito basada en Washington, DC. “Puede conseguir que un miembro de la familia salga del hoyo financiero, pero puede poner a la persona que está siendo generosa en una crisis de su propia cuenta”.
Él compara esos momentos cargados de emoción de la crisis financiera con la “niebla de la guerra”. Incluso quienes tienen ingresos sólidos pueden requerir ayuda externa para ver la situación con claridad, McClary advierte, y evitar una deuda agobiante y la angustia emocional que viene con ella. McClary, siendo un ex asesor de crédito, está más preocupado por las millones de familias estadounidenses que no tienen ningún ahorro, pagando su consumo con crédito fácil, cayendo en un espiral de deudas.
“Tenemos mucho trabajo que hacer para cambiar la mentalidad de las personas y hacer que guarden un poco de dinero para emergencias financieras, ahorros de corto plazo y también, ahorrar para la jubilación”, dice.
CAPÍTULO 10
LAS LLAVES DEL ÉXITO
Cuando nos fijamos en cómo las personas manejan las crisis financieras, encontramos que muchos de los que son capaces de acceder a fondos en caso de emergencia viven en países con bajas tasas de inclusión financiera. Incluso pueden estar entre los dos mil millones de personas “sin servicios bancarios” en la mira de UFA2020 que todavía no tienen acceso a servicios financieros formales. Los defensores de esta iniciativa consideran que estas poblaciones se beneficiarán enormemente de la inclusión financiera al tener una cuenta de transacción que les permita almacenar dinero de manera segura, y enviar y recibir pagos.
Sin embargo, la inclusión a la estructura financiera formal a menudo significa darle a esas personas un acceso a crédito sin precedentes. Es por eso que ahora muchos expertos están diciendo que la educación financiera debe ser un componente crítico en cualquier esfuerzo por extender los beneficios de la inclusión financiera para los que no tienen servicios bancarios. A menos que los ciudadanos comunes sepan cómo ahorrar dinero, invertir con prudencia y pedir prestado de manera responsable, la inclusión financiera tendrá un impacto mucho menos positivo que el que a los economistas les gustaría ver. Muchos funcionarios ven la dispersión expandida de tarjetas de crédito como algo especialmente problemático, a menos de que vaya acompañada de un esfuerzo paralelo para educar a los consumidores sobre los peligros de la deuda en espiral.
“Creemos que una tarjeta de crédito es una buena herramienta para la inclusión financiera”, dice Elvira Cruvinel, responsable de la educación financiera en el Banco Central de Brasil. “Pero... debemos tener mucho cuidado con las tarjetas de crédito, especialmente en Brasil”. Esto, porque las tasas de interés se han disparado, haciendo imposible para millones de consumidores y propietarios de negocios que las han utilizado, salir de las deudas exitosamente. “La tarjeta de crédito es una herramienta que se utiliza ampliamente en este país y se utiliza incorrectamente,” añade Cruvinel. “La tarjeta de crédito debe ser el foco de nuestro plan para fortalecer la ciudadanía financiera”.
Las economías con altas tasas de inclusión financiera, tales como las de Brasil y los Estados Unidos, pueden servir como advertencia para las instituciones y gobiernos que tratan de ampliar el acceso a servicios financieros formales en países en desarrollo. En los EE.UU., por ejemplo, las compañías de servicios financieros gastan 25 veces más en la comercialización de sus productos que en la educación del cliente, de acuerdo con la Oficina de Protección Financiera al Consumidor de Estados Unidos, la agencia reguladora federal establecida a raíz de la crisis financiera del 2008-2009.
Para proteger a los prestatarios vulnerables a la deuda en espiral, los expertos también creen que deben promulgarse medidas más fuertes y más eficaces de protección al consumidor, tales como límites a las tasas de interés. Esto debería ocurrir no sólo en países donde los prestamistas informales cubren gran parte del mercado, dicen, pero incluso en países donde existen estructuras financieras formales.
Como hemos visto en Brasil y en los EE.UU., la inclusión financiera en sí misma quizá no sea un fuerte indicador del empoderamiento, resistencia y bienestar económico como sus proponentes nos quieren hacer creer. El negocio de los prestamistas informales, que los defensores de inclusión financiera esperan cerrar, proporciona un servicio valioso. Dan préstamos rápidos y fáciles de obtener que le permiten a sus clientes responder a emergencias. También, muchos prestamistas conocen a sus clientes lo suficientemente bien como para asegurarse de que serán capaces de pagar sin quedar atrapados en deudas sin fin. Sin adoptar el tacto y el toque personal que los prestamistas comunitarios aportan a sus relaciones, los bancos y otras instituciones formales de crédito pueden terminar dejando a los consumidores sumidos en una red de deuda en expansión.
Parecería que hay medidas comunes que podrían facilitar la aplicación exitosa de la inclusión financiera en una escala global. Estos incluyen protecciones al consumidor, la reproducción de las relaciones personales y el conocimiento de los prestamistas de la comunidad y la educación financiera, con un énfasis en el ahorro de dinero y en evitar las deudas. Sin embargo, cuando nos fijamos en el panorama mundial, vemos que estas medidas se aplican de forma desigual.
Mientras el Banco Mundial y sus socios luchan con la enorme tarea de levantar a quienes ganan menos de la pobreza extrema, se podrían beneficiar de darle una mirada más profunda a sus datos. Por debajo de ellos. Por encima de ellos. Combinar la vista general con una perspectiva íntima desde el lugar de los hechos, tal como lo hemos hecho aquí, puede ofrecer el tipo de nuevas ideas necesarias para alcanzar con éxito sus importantes y ambiciosos objetivos globales.